miércoles, 8 de enero de 2014

Crónica



La odisea de un viaje 
El viaje más esperado del año para mis primos y para mi, había llegado. Era la primera vez que viajaba casi toda la familia Medina y la primera vez que Santiago -4 años- el más pequeño de la familia,  viajaba con todos nosotros.


Era las doce del mediodía cuando bajo el Sol penetrante de Puerto La Cruz, todos esperábamos el Ferry que partía a la Isla de Margarita cuatro horas después. No había mucho que hacer, más que ver chocar las olas contra las piedras del muelle, tener de vez en cuando una conversación y observar a las personas, que al igual que nosotros esperaban ansiosos ver de lejos el Ferry llegando al muelle.


Como siempre, era de esperarse las malas condiciones de las instalaciones del barco, pero eso no disminuía las ganas de llegar a Margarita. Dormir se hizo prácticamente imposible durante el viaje,  en el asiento de atrás  estaba una bebé que no paraba de darle patadas al respaldar de mi asiento y como si fuera poco, los gritos y llantos me acompañaron todo el trayecto.


Descubrí junto a mis primos la posibilidad de subir a la cubierta del Ferry. Disfruté el atardecer más asombroso  que había visto, nada ni nadie me impidió ver el Sol, hasta que extrañamente el Mar se lo tragó. Eso sí, la brisa que hacía allá arriba era tan fuerte que por poco me arranca el celular de las manos cuando intentaba tomar una foto. 


De fondo sonaba un Bossa Nova cuando las luces de la Isla  se hacían más cercanas a mi vista. Listo, ya las cuatro horas de viaje habían finalizado. En forma de caravana nos movilizamos hacia la posada situada en Tacarigua (zona montañosa de Margarita), rodamos más de lo esperado y no veíamos ninguna señalización en la vía de la posada. 


-Buenas noches, ¿hacia donde me queda la posada Balcones de Tacarigua?- dice mi papá.

-Buenas maestro, dele pa´ atrás hasta la licorería que ya pasó la entrada- contestó un nativo de la zona.


Y así fue, nos devolvimos hasta la licorería y cruzamos hacia un camino de tierra en el que había un Nazareno en toda la entrada.  Un anuncio señalaba con una flecha roja: “Balcones de Tacarigua 500 metros”.  Seguimos el camino hasta llegar a unas rejas negras; todos a la expectativa de unas cabañas muy acogedoras.


Una de mis cuatro tias, fue a buscar al señor Rubén, el encargado de la posada; éste con actitud cordial nos recibió y se dispuso a mostrarnos las habitaciones.  En la más grande nos íbamos a quedar todos los primos y las dos abuelas. Subí unas escaleras de madera empinadas y entro a la habitación #29 que tenia una puerta de madera oscura un tanto deteriorada.  El olor a humedad era indiscutible, los baños en un estado de deterioro, las duchas muy defectuosas, pero lo peor de todo era que en ninguno de los baños había agua caliente.


Las fotos que nos habían enviado de la posada eran todo lo contrario a lo que habíamos encontrado al llegar esa noche cansados y con ganas de descansar de un largo viaje. 


-Esto no fue lo que nos ofrecieron- dice mi mamá.

-Si hubiesen pagado por un Hilton, estas son cabañas sin lujos- responde el señor Rubén con una risa irónica.


Todos nos rehusábamos a pasar la noche en esa posada, pero era la única opción ya que Margarita estaba sin hoteles disponibles hasta la segunda semana de enero. Así que no tocó de otra que poner fundas nuestras sobre las sabanas que ya tenían las camas, y dormir con la mayor cantidad de cobijas posibles, porque el aire acondicionado de la habitación no se podía regular, debido a que el aparato que funcionaba para eso, se había dañado.


Al día siguiente nos levantamos a las 7 de la mañana para arreglarnos y salir a comer el primer desayuno típico de cada viaje a la Isla: empanadas en la Virgen del Valle. Luego de desayunar nos dirigimos a la iglesia situada en el mismo lugar en la que se estaba efectuando la misa de la mañana, no cabía ni un alma en la iglesia llena de devotos y turistas por cada rincón. 


Todo marchaba bien, mejor aún cuando decidieron ir a mi playa favorita, Playa Caribe. De nuevo nos trasladamos en caravana juntos, llegamos y para poder divisar un toldo disponible entre tanta gente se hacía difícil, vendedores de pulseritas artesanales, collares de coral, lentes de Sol, obleas y helados se veían pasar mientras escuchaba la melodiosa voz del vendedor de cocteles de mariscos: “Rompe- colchón,  Vuelve a la vida, Levanta muerto”. Toda esa variedad de cocteles en una tabla de anime sostenida por su brazo.


El tiempo nublado y las fuertes olas no nos permitieron darnos nuestro primer baño de playa de ese viaje, pero el ambiente familiar no dejó de acompañarnos, Santiago intentaba hacer un castillo de arena mientras dos niños lo acompañaban en su obra de arte, Carlos y Manuel –los primos mayores- jugaban un partido de raqueta de playa; Gabriela, Carolina y Karla – las primas menores- tomaban Sol sobre sus toallas. No podía pedir algo mejor.


Cuando decidimos dejar la playa, Carlos Enrique, mi tío, el padre de Karla y Carlos, se sorprende al ver que su vehículo fue abierto y despojado de unas compras que había hecho esa mañana.


- Señor, me acabo de dar cuenta que me abrieron el carro y me robaron todo lo que había adentro- dice Carlos.

- Jefe yo no escuche la alarma, tengo un año trabajando aquí y nunca había pasado esto- responde Cheo, el cuida carros.


No quedó otra opción que irnos de la playa, el miedo de dejar los carros en cualquier lugar, ahora sumaba otra angustia a nuestros días. El resto del viaje no fue lo que esperaba, pero logramos sobrevivir al fraude de la posada y a la inseguridad que arropa también a Margarita.